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viernes, 20 de agosto de 2010

20 de agosto.



Un día como hoy pero de 1906 nacía José María Rosa, Historiador y militante del campo nacional y popular. La fecha nos viene al pelo para compartir este interesante artículo sobre su manera de ver la historia.



DEFINICIÓN DE LA HISTORIA
José María Rosa

No debemos confundir las palabras pasado e historia: el pasado nos da la idea de algo muerto, algo cuyo estudio sólo interesaría por mera curiosidad o por simple erudición; en cambio, la Historia vive, dirigiendo el presente y señalando el futuro. No nos es posible independizarnos de ella y acordar nuestros actos a los que nos dicte el libre albedrío, obrando como seres ajenos en absoluto a la tradición histórica. La Historia es algo más que una narración del pasado. “Pueblo que no sabe su historia – ha dicho Ricardo Levene – no sabe dónde va, porque ignora de dónde viene”.
Que la Historia vive en muchos de nuestros actos, no precisa mayor demostración. El vínculo que une a un hombre con su patria no ha sido creado por un acto voluntario de este. El hombre normal recibe la patria por una tradición que viene de muy lejos, y conserva por ella un culto que no puede analizar, ni seria posible de análisis racional. Toda una serie de actos humanos - los que se realizan como integrantes de una nación – encuéntranse condicionados absolutamente por la Historia. Las ideas religiosas, nuestra misma manera de pensar y obrar, el idioma que hablamos, etc., poseen también sus lejanísimas raíces en el pasado. Todo lo que es social, es decir todos aquellos actos que realiza un hombre como miembro de la sociedad, no dependen de su libre albedrío: los ejecuta de acuerdo a su medio social, y a través de este, de acuerdo a infinidad de generaciones que vivieron antes que él.

La Historia no es simplemente el pasado, puesto que maneja el presente y dirigirá el futuro. Vive en el hombre, y no meramente en el conocimiento que este pueda tener de los hechos históricos, ni en la filosofía que concientemente haya extraído de esos hechos. Vive difusa en el espíritu de la sociedad, y es de este espíritu que el hombre la toma sin que entre en juego su voluntad individual, obligándose a pensar y obrar de determinada manera, cuando obra y piensa como ser social.

Un hecho histórico es siempre un hecho social o de trascendencia social. No hay historia de lo individual: los escritos profesionales de Mariano Moreno redactados en su bufete de abogado no interesan a la historia, aun cuando no faltará algún erudito que dedique su tiempo a ellos. En cambio, aquel escrito presentado al Virrey Cisneros en “representación de los hacendados” solicitando la libertad de comercio, posee un interés histórico. Es que allí Moreno, apoderado de los hacendados y defendiendo los intereses de sus clientes, se hizo al mismo tiempo portavoz de un anhelo común a la sociedad colonial. El hecho individual adquirió así una trascendencia social.

Los hechos históricos exteriorizan la evolución social. Constituyen los medios que tenemos para conocer exteriormente la Historia. Pero no podemos ver en ellos la Historia en sí, si aspiramos a hacer de esta una ciencia y no una simple narración. Los hechos son la apariencia, el reflejo de la Historia: la batalla de Farsalia es una consecuencia de la crisis social de Roma que dará fin con la república oligárquica. Esta crisis es la realidad histórica, es la Historia misma: Farsalia pudo no haber existido y la historia de Roma seria la misma.

El objeto de la Historia se nos muestra así como el conocimiento de la evolución social: su medio es el análisis de los hechos históricos a fin de conocer por ellos el proceso de la evolución social en su integridad. Resumiendo: la Historia no se la encuentra en los hechos históricos, se la encuentra por intermedio de estos.

Si el objeto de la Historia no lo constituyen los hechos históricos, no podemos definir a esta por su apariencia diciendo que es una narración de hechos. Debemos definirla por su realidad, como movimiento social, como sociedad en el tiempo.

La Historia como sociedad en el tiempo nos da la idea de lo que hay en ella de esencialmente social, que ella es el movimiento, la evolución de la sociedad, la dinámica social que decía Comte. Y excluyendo toda mención a los hechos históricos, colocamos éstos en su verdadero lugar: no como la Historia misma, sino como medios para conocer la Historia, como manifestaciones visibles de que la evolución social que es la Historia, existe.

La Historia como sociedad en el tiempo es tan diferente a la historia considerada narración de los hechos acaecidos, como a su vez la historia-ciencia lo es de la historia-erudita.

La Historia es ciencia esencialmente social: la pulsamos en el ambiente de la masa social, es más, la comprendemos y la sentimos dentro de nosotros mismos, como seres sociales que somos. Y, lo que parece absurdo, la sentimos y comprendemos aún sin conocerla: ninguna de las mujeres del mercado que en 1789 trajeron a Luis XVI y a María Antonieta de Versailles a París conocían la historia de Francia, y sin embargo su actitud era el corolario lógico de un largo proceso de descomposición social iniciado siglos antes.

El hombre obedece a la Historia porque vive en la sociedad y la sociedad ha nacido de la Historia. Así como el hombre obrando como ser social no puede independizarse de la sociedad en que vive, esta no puede apartarse de la Historia. Los dos conceptos, sociedad e historia, no son separables el uno del otro. Tomando un símil de la física, la sociedad no es una cosa que pueda comprenderse independientemente de su movimiento: después del impulso inicial, como en la bola de nieve que cae de la montaña, el movimiento ha ido creando la cosa.

(El artículo precedente corresponde al punto 1 de la Parte Primera – Planteamiento del Problema y sus diversas soluciones en la Doctrina – del mencionado ensayo del Dr. Rosa, - Interpretación Religiosa de la Historia -).